El despegue


Dejamos Madrid tras tres intentos fallidos, y sin ninguna dificultad de tráfico nos pusimos en Medinaceli ascendiendo hasta su arco romano, único por sus tres arcos, y que estaba totalmente oculto para su restauración. Pero pudimos disfrutar del silencio de sus calles empedradas a las que se asoman nobles casonas hasta desembocar en su plaza mayor (donde les recordamos a los chicos que fue rodado un anuncio de coca-cola del Real Madrid) para terminar en el Convento de Santa Isabel, donde las Monjas Clarisas venden unas deliciosas pastas a través de un torno. Elegimos unas de almendras con caramelo y chocolate. Después de probar una de ellas, David decidió comprar una caja más para deleitarse con sus amigas. Mientras esperábamos observamos la paciencia con que la monjita al otro lado del torno, explicaba una y otra vez las características de cada caja de pastas, primero a unos y luego a otros, y el proceso: poner las cajas de muestra, girar el torno, explicar, girar de nuevo el torno, recoger el dinero, y girarlo otra vez para entregar lo elegido...Sor Paciencia...

Continuamos camino hacia Soria donde nos acercamos a Numancia, aunque por la hora (19) supusimos que estaría cerrado, como pudimos confirmar. Y seguimos hasta nuestro destino: la zona de Covaleda, donde pensábamos pernoctar. Atravesamos el embalse de la Cuerda del Pozo y dejamos Vinuesa hasta Salduero donde tras atravesar un estrecho puente encontramos un lugar ideal a orillas del joven río Duero, junto a un pequeño campo de futbol.
Km: 348

El aterrizaje. Laguna Negra y Acebal de Garagüeta
Nos desperezamos pronto, a una temperatura exterior de 3,5ºC, y la interior no mucho más allá para partir hacia la Laguna Negra, cuyo desvío habíamos localizado en Vinuesa. Tras darnos un “refrescante” paseo por sus calles buscando una panadería, comenzamos a ascender por una pista forestal asfaltada y en buen estado. Y nos aguardaban dos sorpresas. La primera de ellas la fugaz visión de tres ejemplares adultos de gamo o ciervo que se cruzaron en la carretera para desaparecer entre los pinos, y la segunda estaba en la laguna negra. Tras caminar unos 200m sobre tramos con unos 25 cm de nieve llegamos al impresionante circo rocoso que enmarca este mágico lugar, pero el color de la laguna había mudado del negro al blanco casi inmaculado de la nieve sobre su superficie helada. La belleza del lugar resalta aún más cuando se disfruta en completa soledad, como así era. Paseamos por las barandillas de madera que forman un camino por encima de ella para acercarnos a contemplar una cascada que desde lo alto escupía agua hacia los lados y la dejaba caer. El agua discurría abriéndose camino por donde podía circulando bajo nuestros pies y bajo una densa capa de nieve.


Cuando regresábamos, nos cruzamos con gente que subía y una curiosa pareja catalana de “punta en blanco”: ella, impoluta, perfectamente peinada, un chaquetón de piel y bolso que seguro que valían mucho más que todo lo que los cuatro llevábamos puesto en aquel momento, incluidas cámaras de fotos y unas botas “monísimas” que la hicieron dar con sus delicados huesos en el suelo embarrado. Discretamente retiré la cara porque la pobre lo estaba pasando mal, pero continuó subiendo. Abajo, de todos los coches solo uno podía “conjuntar” con esta pareja: un precioso audi.
Continuamos hacia el puerto de Santa Inés donde la estación de ski estaba cerrada. El paisaje era precioso: cumbres nevadas y marchas negras de pinares. Aunque no debíamos, según Raúl, que dijo que había oído que era peligroso, buscamos un sitio para tirarnos con un plástico, pero, lo único que encontramos fue una esterilla de playa vieja que al ser porosa no permitió que nos deslizáramos. Al final se abre abajo, encajonado entre dos sierras el pueblo de piedra y teja de Montenegro de Cameros, fundiéndose con el duro entorno. Subimos hasta su parte alta acompañados por el silencia y la soledad y nos adentramos después en La Rioja durante un corto espacio para regresar de nuevo a Soria y remontar el puerto de Piqueras.

En Almarza tomamos una desviación hacia Gallinero y Torrearevalo con la intención de comenzar nuestra ruta de la icnitas sorianas, pero aquí una señal llamó nuestra atención: hacia el Acebal de Garagüeta, y hacia allá nos dirigimos por una estupenda pista forestal que 5 m antes de un cruce quedó cortada por una zanja para poner un paso de ganado. No nos lo podíamos creer, pero vimos atravesar un turismo. Pensamos que debería haber otra entrada así es que decidimos dar la vuelta e intuitivamente cogimos otra pista desde otro pueblo y llegamos al final. Un torno da entrada a un camino a media ladera al final del cual se ve esta curiosa masa forestal y que en media hora te deja en ella. Al parecer, este bosque supone la principal representación de las escasas masas puras de acebo existentes en la Península y posee un gran valor ecológico. Nosotros nunca habíamos paseado por un bosque de acebos y el lugar poseía una belleza singular: grandes conos de unos 5 o 6 metros se alzaban unos a escasos metros de otros. La base estaba completamente tapizada y cerrada con esas preciosas hojas de un verde brillante formando una corona prácticamente infranqueable, estirándose luego hacia arriba. Los acebos hembras exhibían los rojos frutos distinguiéndose de los acebos machos. Hacia el fondo del camino y ladera arriba, se extendía este enorme bosque. Ladera abajo, decrecía la densidad de la masa boscosa y dejaba unas espléndidas vistas del valle.

La ruta de las icnitas soriana. Jugando con el tiemo
Continuamos camino hacia el Puerto de Oncala donde comimos para seguir hasta el primer pueblo de nuestro particular viaje en el tiempo, 150 millones de años atrás.

La ruta comenzó en Matasejúm. Este pueblo parecía completamente deshabitado, aunque muchas de sus casas parecían reformadas. Unas pequeñas señales del tamaño de un azulejo y que tienen pintadas huellas de dinosaurios nos indican el camino a seguir. Atravesamos algunas de sus empedradas calles y casi a la salida s encuentra el yacimiento de Las Adoberas. En dos zonas valladas aparecen icnitas de terópodos, que eran bípedos y casi todos cárnivoros por lo que sus huellas son tres dedos delgados acabados en punta. Hay carteles explicativos, pero las huellas no son buenas, por lo que algo decepcionados continuamos nuestra ruta hasta Ventosa de San Pedro. Aquí, situado al lado de la ermita de San Pedro y de la maqueta un poco chapuza de un iguanodón, aparecen las huellas de otro terópodo, mejores que las de Matasejún.

De camino a Villar del Rio desde San Pedro Manrique, en la misma carretera a la derecha, otro cartel nos anuncia otro yacimiento con huellas también de terópodos en muy buen estado que se entrecruzan entre sí y que podrían indicar el desplazamiento de varios dinosaurios.

Desde aquí decidimos acercarnos a Yanguas y desviarnos un poco de nuestra ruta.


Así, regresamos unos cuantos miles de años al siglo XII. Yanguas posee un bonito conjunto de casas de piedra dorada y teja roja que se estiran sobre sus empinadas y empedradas calles, abriéndose en una plaza con soportales para cerrarse de nuevo. Comienza a llover. Sólo se oyen nuestros pasos sobre sus calles. Cerca, junto a una iglesia en la carretera y donde se cierran dos impresionantes paredes rocosas, se encuentra un precioso puente románico de tres ojos, del que el Marqués de la Ensenada decía que “no se pagaba portazgo”. Merece la pena dedicar unos minutos a pasar este puente y a contemplar la torre románica de la iglesia, y un curioso añadido que parece posterior. A lo lejos, una esbelta torre románica se alza elegante casi en medio de la nada.

Ya bajo una lluvia persistente, nos dirigimos hacia Bretúm de casas igualmente de piedra dorada y que aparece escondido y encajado entre dos pronunciadas lomas. Nos acercamos al primer yacimiento, “La Matecasa” junto a la reproducción de un Triceratops, junto a la entrada del pueblo. Aquí se pueden distinguir, aunque no muy claramente, huellas aisladas de lo que parecen ser terópodos.


Siguiendo las indicaciones nos acercamos a otros dos yacimientos que están en el mismo pueblo: La Peña y el Corral de la Peña. En nuestro camino, la conocida Sra. Sara nos pregunta hacia donde vamos lloviendo y se ofrece a venir con nosotros. Amablemente le decimos que no es necesario y aceleramos el paso. Accedemos a un pequeño corral donde aparece una pista de huellas, de tres dedos y pequeñas y muy bien conservadas de terópodos. Al parecer el movimiento rectilíneo y la separación de las pisadas, sugiere una velocidad constante de unos 4 km/h.. Al dejar este pequeño corral aparece la Sra. Sara. Todo un personaje: pequeña, de cara redonda y mofletes sonrosados, un gorro de lana desteñido calado hasta la frente, en zapatillas de estar por casa, bata, unos curiosos “manguitos” del codo a las muñecas, como las que llevaban los antiguos funcionarios, un paraguas descolorido que parecía que de un momento a otro se iba a desarmar y armada de un palo, se dispuso rápidamente a explicarnos lo que allí había. Así, de su “palo” con el que indicaba su situación, pudimos distinguir muchas huellas tridáctilas de orientación variable y más bien pequeñas, así como “ripple-marks” o rizaduras de mar que han dejado sus marcas en esta zona. Según la Sra. Sara, también se distinguen varias “tumbas de dinosaurios” y con su palo señalaba las diferentes partes: “aquí el cuello, aquí el cuerpo, las patas...”así como coprolitos dispersos.

Y la visita que podría haber terminado aquí resultando interesantes sus explicaciones, se alargó hasta su casa donde se empeñó en llevarnos y enseñarnos su pequeño y particular museo: nos mostró las manoseadas fotocopias de primera investigación que afirmó que sabía de memoria, así como varios fósiles vegetales y lo que dijo que podría ser un “rabo de dinosaurio” aunque “habría que encontrar la otra parte, a ver si casa o no”.
En sus explicaciones mezclaba distintas cosas y cometía algunos errores lo que denotaba que tenía información, pero no formación para ordenarla y exponerla claramente, y pese a nuestro respeto por una persona mayor y que no había tenido la oportunidad de acceder a una buena formación académica, entusiasmada por lo que la rodeaba y una energía y vitalidad absolutamente envidiables, Angel comenzó un poco a perder la paciencia ya que consideraba que esa demostración, no solo sobraba si no que podía inducir a la confusión, como así se lo hizo saber. Pero la Sra. Sara no se achicaba, ponía y quitaba fósiles de nuestras manos sin parar de hablar, nos daba para que sujetáramos dibujos que había hecho ella que hicieran más gráficas sus explicaciones...mandaba callar a Angel cuando objetaba o intentaba aclarar algo...todo un personaje. Pero creo sinceramente, y aunque repito mi respeto hacia ella, que si su utilidad como guía “exterior” es buena, la última visita a su particular “museo”, así como sus explicaciones pueden estar fuera de lugar.

No sin cierta dificultad, dejamos a la Sra. Sara con sus “reliquias” y nos acercamos a los siguientes yacimientos que están juntos: Fuente Lacorte y el Frontal, a la salida del pueblo en la carretera dirección a Sta. Cruz de Yanguas. Y sin duda eran los mejores de los que habiamos visto hasta ahora, sobre todo Fuente Lacorte. Un poco más arriba de una buena reproducción de un allosaurio aparece una gran superficie con rastros muy bien conservados que corresponden a dinosaurios terópodos. Aquí aparece la impresión de 4 dedos y al parecer, este 4º dedo correspondería a una especie de pulgar que en la mayoría de las ocasiones no suele tocar el suelo, pero que en este caso, debido quizás al hundimiento del pie en un sedimento blando, sí lo hizo.
El Frontal, bajo esta reproducción de allosaurio, es una superficie más pequeña que la anterior y la conservación de las huellas no es tan buena apareciendo aisladas.

No dejó de llover por lo que la oscuridad se comenzó a notar más rapidamente así que nos dispusimos a buscar un sitio para pernoctar. Junto a la iglesia habíamos localizado un sitio llano, agradable y tranquilo. Pero al estar en el punto más elevado del pueblo, no consideré discreto el sitio, así es que nos acercamos a Santa Cruz de Yanguas. La noche se había cerrado ya y no localizamos ningún sitio que nos gustara, así es que resignados, deshicimos el camino regresando de nuevo a Bretúm.

Tras una tranquila noche decidimos recorrer de nuevo los yacimientos de El Frontal y Fuentelacorte. Un curioso vecino se acercó a preguntarnos si queriamos queso mirando con interés la camper por lo que le mostramos lo poco que tiene. Disfrutamos de nuevo y a la luz de un sol brillante, de los yacimientos, pero sobre todo del de Fuentelacorte y comenzamos nuestra ruta por los dos últimos yacimientos de icnitas, comenzado por Santa Cruz de Yanguas.

De Bretum a Santa Cruz de Yanguas atravesamos lomas peladas y quemadas por los hielos de este duro invierno. A la salida del pueblo a la derecha se encuentran los dos yacimientos de Sta. Cruz. Nos acercamos al segundo, Los Tormos. Dejamos la camper junto a un merendero y a orillas del río Baos. Un bonito sitio para pernoctar si a uno no le importa estar solo.. Este yacimiento se encuentra en una ladera justo después de atravesar un bonito puente.


Es bastante extenso y contiene huellas de tres dedos muy delgados, terópodos. En la parte alta, subiendo río arriba y a pocos metros hay una huella aislada y distinta de dedos más anchos, robustos y redondeados producida seguramente por un dinosaurio ornitópodo.

Andando nos acercamos al yacimiento de Santa Cruz, justo al lado de la reconstrucción un poco cutre de un Estegosaurio. Es pequeño y solo contiene media docena de huellas de tres dedos, pero anchos cortos y robustos por lo que pertenecieron a ornitópodos. Están bien conservadas y se distinguen claramente.


Continuamos hacia el final de nuestro particular viaje en el tiempo, hacia Los Campos
Aquí encontramos huellos de Sauropodos, gigantescos dinosaurios que caminaban a 4 patas, de cuello y cola largos y llegaban a medir 25 m y pesar 90 toneladas. Merece la pena acercarse a este lugar para contemplar unas huellas distintas a las vistas hasta ahora.

Terminado nuestro particular viaje decidimos tomar nuestra “máquina del tiempo” y acercarnos unos cuantos miles de años regresando tan solo unos 1400 años atrás. Por la hora podiamos acercanos o a Numancia o a Cuevas de Soria, y decidimos este último. Situada a unos 20 km al Sur oeste de Soria capital, en el municipio de Quintana Redonda, hace 20 años, cuando estuvimos por estas tierras, nos encontramos en medio de la nada un conjunto de mosaicos romanos pertenecientes a una villa de una calidad y belleza únicos. Preguntada la oficina de turismo soriana, nos dijeron que estaban todos tapados con grava pero que el guarda, en su horario de trabajo, nos descubría los mosaicos. Me quedé sorprendida al comprobar que 20 años atrás, no se había mejorada nada este impresionante conjunto, pero nos acercamos a que los niños disfrutaran de él. Llevaba también información sacada de una página web donde venía un plano aéreo de la villa romana así como todos y cada uno de los mosaicos. Pero cuando llegamos...aquello estaba tan solo vallado y en una caseta hecha con uralitas estaba el guarda. No se distinguía nada más que un par de columnas y el resto, montones cubiertos de hierva. Extrañada, le comenté al vigilante lo que me habían dicho en la oficina de turismo, pero lo que realmente estaba “descubierto” eran dos círculos de unos 15 o 20 cm de diámetro en tan solo 2 mosaicos. La perplejidad inicial dejo paso a la tristeza e indignación por encontrar un lugar de una belleza y valor histórico como aquel, en ese lamentable estado 20 años después. Sólo el aspecto de la “conservación” y así, entre comillas, era el único favorable. Y lo digo así porque si bien al estar cubiertas el deterioro no se producía, permanecían ocultas unas joyas a mi gusto y poco entender, dignas de los mejores museos –de hecho, uno de los mosaicos de esta ciudad se encuentra en el museo arqueológico de Madrid-. Esto parece confirmar lo que se oye en “mentideros” y es que el dinero de la Junta se va y se queda en Atapuerca.


Desolados y descorazonados nos dirigimos a dar un breve paseo por Calatañazor atravesando unos preciosos bosques de encinas y algún que otro pueblo semi-abandonado. Dejamos la camper fuera, donde pudimos, porque el pueblo estaba “invadido” por “hordas de turistas”, como nosotros, claro. Subimos por su calle principal hasta el castillo, disfrutamos de la arquitectura popular de este lugar por donde el tiempo parece haberse detenido hace 500 años -si no fuera por las tiendas y los turistas-, y tomamos rumbo hacia Abejar.

En nuestro camino atravesamos y disfrutamos un impresionante sabinar y seguimos rumbo a Duruelo. En Covaleda nos detuvimos justo a las puertas del camping “El refugio de pescadores” cerrado, en un precioso lugar, entre pinos y acariciado por el joven río
Duero. Comimos dentro de la camper, ya que la temperatura no nos dio para más “alegrías” y nos acercamos a Duruelo en donde, alrededor de su iglesia, encontramos un curioso conjunto de tumbas atropomórficas impresionantes, dos de ellas con sarcófago incluido.

Con suficiente tiempo todavía, subimos al paraje de Castroviejo. Sorprendente carretera que aún tenía en muchos sitios unos 20 cm de nieve por lo que teníamos que aprovechar las rodadas hechas por otros vehículos. No pudimos llegar hasta el final por que la nieve, espesa, cubría este último tramo, así es que, junto con otros “turistas” aparcamos al borde del camino y recorrimos a pié el último tramo sorteando “puches” de barro, charcos y pisando nieve. Al lugar se accede, al igual que en el acebal de Garagüeta, a través de unas barras giratorias y ya desde fuera el lugar se muestra magnífico y espectacular. La erosión ha sido juguetona en este lugar y ha creado curiosas formas en estos inmensos bloque de conglomerados. Al final un impresionante balcón se abre hacia este precioso valle en el que la vista se pierde entre inmensos pinares.

Dimos por terminado nuestro día y nos dirigimos al camping El Frontón, en el que estuvimos 20 años atrás, y era evidente que estos años no habían pasado en balde, ni para nosotros, ni para ellos. Aunque el camping se encuentra en medio de un pinar y la acampada es algo similar a la acampada libre, los servicios del camping no eran los adecuados ni para este camping, con categoría de 1ª ni para otro: los fregaderos tenían todo el techo levantado, no había agua caliente, las duchas carecían de cualquier sistema de calefacción y la temperatura exterior era de 6ºC (no mucho más allá la interior), y el agua estaba “tibia”. En una palabra: entramos para darnos una buena ducha, y lo tuvimos que hacer prácticamente, después de saludar a los pingüinos, tuvimos que tomarla “saltando” para no quedarnos helados. Las luces por la noche, inexistentes y por último aludir a una familia cuyo padre y tres hijos hacían motocros, por lo que, además de salir y entrar en el camping agrediendo los oidos, podiamos tambien disfrutar del sonido que las motos provocaban en los alrededores del camping. Incompresible en un lugar donde hay continuamente señales que avisan de la posibilidad de que algún cérvido cruce la carretera y que piden que se disminuya la velocidad. En este camping es donde he visto por primera vez tiendas-garaje para guardar los turismos.

Tras una noche tranquila –después de que alguien, posiblemente bebido, gritara insultando alguien-, a las 10,15 dejamos el camping, no sin antes intentar hacer una reclamación formal en la recepción que estaba cerrada, pese a que a las 10 debería haber estado abierta.


Iniciamos nuestro regreso a Madrid con una parada en el yacimiento de Ambrona, cerca de Medinaceli y que bien merece una visita. Aquí, bajo cubierto, se encuentran los huesos fósiles del antepasado del elefante y algún que otro mamífero más. Pero el interés del lugar no sólo está en ver el pequeño museo y los huesos fosilizados, sino que éstos están en el mismo lugar donde fueron encontrados y solo han sido limpiados para dejarlos al descubierto.


Terminada nuestra visita y el paseo hasta donde se encuentra una reproducción del animal encontrado, continuamos nuestro regreso a Boadilla a donde llegamos para la hora de comer.